Los centros comerciales, galerías y almacenes del centro de la capital son un peligro permanente, pero a nadie parece importarle demasiado.

A pocos días de las celebraciones de Año Nuevo del 2002, un devastador incendio en el emporio comercial de Mesa Redonda cobró la vida de aproximadamente 400 personas. El nivel de destrucción y muerte dejó atónito al país. Nunca antes se habían registrado imágenes de un incendio tan poderoso, y la amplia concurrencia de compradores y vendedores por la cercanía de las fiestas lo transformó en una tragedia imposible de olvidar.

Veinte años más tarde, es triste comprobar que el país –a pesar del trauma experimentado– ha aprendido poco. El pasado 30 de diciembre, un nuevo incendio tomó lugar en la galería Plaza Central, donde operaba un almacén ilegal de plásticos, nuevamente, en Mesa Redonda. De acuerdo con la Municipalidad de Lima –entidad que destituyó a la gerenta de Fiscalización y Control tras el siniestro–, un objeto conocido como globo del deseo (artefacto de papel que alza vuelo con la llama de una vela) habría iniciado el fuego. Hicieron falta más de 40 unidades de bomberos y 12 horas de trabajo para sofocar las llamas, que felizmente, en esta ocasión, no dejaron víctimas.

Después de lo que pasó hace dos décadas, ¿qué más puede hacer falta para que las autoridades tomen cartas en el asunto? Toda la ciudad sabe que las condiciones de seguridad en los principales espacios comerciales del Centro de Lima y de otros puntos de la ciudad son tremendamente precarias. La acumulación de material inflamable –y a veces explosivo– en almacenes, centros de distribución, galerías y puestos de venta informales que carecen de mínimos estándares de seguridad está a la vista y paciencia de cualquiera. Son bombas de tiempo que, con cierta regularidad, explotan.

El segundo llamado de atención es para los mismos empresarios y comerciantes, quienes, a sabiendas del riesgo, exponen su integridad física, las de sus trabajadores y las de sus clientes, a veces simplemente por ahorrar algo extra o tener una ubicación más conveniente. La informalidad y la baja productividad jamás pueden ser excusas para poner en peligro la vida de las personas.

Finalmente, el tercer llamado de atención es para la misma ciudadanía. A pesar de la sucesiva ocurrencia de eventos tan trágicos como evitables, la cultura de prevención está lejos de calar. Muy por el contrario, actitudes negligentes e irresponsables –como, por ejemplo, el uso de un globo del deseo en plena zona urbana– están a la orden del día.

Dada la fecha, una encomiable resolución de Año Nuevo para el país sería tomarse en serio, finalmente, las estrategias de prevención de incendios y eventos similares. La tragedia de Mesa Redonda no puede volver a ocurrir, pero tampoco estamos haciendo demasiado para evitarlo.